Palabras a una Humanidad humillada

Me han pedido al inicio del curso que me dirija a vosotros, profesores, con unas palabras pensadas para alimentar la esperanza. Y durante largo tiempo no he sabido cómo hacerlo.

Este virus ha humillado a la Humanidad de una manera indecible. Y, sencillamente, no hay palabras, no sabía qué deciros. He tenido que sentarme largamente cuando he conseguido dejar a un lado las urgencias, pensar, meditar, rezar, llorar por dentro un poco y escribir lo que fluyera.

Mi punto de partida es que esta situación ha venido para quedarse.

Y por eso habrá que reconciliarse de alguna manera con el coronavirus. Darse golpes contra esta pared es inútil. No se trata de resignación -que es una actitud pasiva-, sino de poner todas nuestras inteligencias al servicio de nuestra felicidad.

Nadie -que no sea sociópata o sicópata- puede llevar bien esta situación. Podemos estar más o menos contentos con algunas de sus consecuencias. Pero el estrés que padecemos es ya desadaptativo: no rema a nuestro favor, como sí lo hizo antes: al principio, el estrés, que es un movimiento adaptativo que nos permite hacer frente a lo que va surgiendo en nuestra vida, nos ayudó a estar alerta contra esta imprevista y desconocida amenaza. A sobrevivirla. Ahora ya no: porque dura mucho tiempo, porque es demasiado intenso. El estrés desadaptativo puede conducirnos a la muerte, por fuera y por dentro.

Una de las más intensas consecuencias de este sinvivir es que estoy en guerra conmigo mismo. A diferencia de otras guerras internas, ésta funciona a un nivel inconsciente y muy generalizado: puede estar detrás de mis cambios de humor, de mis recaídas en temas que tenía superados, de la forma en la que veo y trato a los demás. Y está corroyendo algo vital para mi salud física, mental y espiritual: mis expectativas de futuro. Me he convertido en un masai, uno de esos aborígenes que, acostumbrados a la libertad absoluta, se mueren de desesperanza si se sienten atrapados, si no pueden mirar al futuro. Los masai piensan que lo que les ocurre ahora perdudará en el tiempo sin fin. Por eso desfallecen cuando se les encierra.

Ahora que sabemos que esto a durar, incluso aunque tengamos una vacuna, conviene protegernos por dentro y blindar nuestras relaciones interpersonales. Éstas pueden ser algunas estrategias para poner en marcha nuestros adentros y conseguirlo:

Evitar la convicción de estar instalados en el caos

“Todo está perdido”, pensamos y escuchamos. Y es una de las conclusiones más dañinas para afrontar el mañana. Yo opino que, en cierto sentido, pensar así es la reacción de quien sigue negándose a aceptar que esto es grave; no a saberlo intelectualmente, sino a experimentarlo, a asimilarlo vitalmente. Esto que vivimos no es una crisis, es lo absolutamente otro, aquello inimaginable que no ocurría desde hace siglos y que quizá no haya ocurrido antes en la Historia de la Humanidad de una manera tan global. Por eso, o nos reinventamos, o pereceremos: por fuera y/o por dentro.

Es posible que haya llegado el momento de pararme y hacer una lista de mis preocupaciones y mis miedos. De escribirla físicamente para sentirla más.

De todo ello deduciré mi fragilidad. Mi fragilidad es estructural, no tiene que ver con la edad o el estilo de vida. Soy frágil de fábrica, más allá del coronavirus. Es algo que no puedo llamar ni bueno ni malo, sino que es lo hay. Vivir es un riesgo y, aunque sería más cómodo vivir en un mundo manejado por los hilos de un padre que evitara la muerte del inocente y el sufrimiento del justo, las cosas son de otra manera.

“¿Dónde estás, Dios, mientras tus hijos son humillados”, gritamos sin palabras. Y, con Benedicto XVI en Auschwitz: “¿Dónde estabas, Dios, cuando pasó todo esto? ¿Por qué lo permitiste?”. Y no hay respuesta. No la hay más allá de la intuición de que Dios ama el mundo con pasión y está del lado del que sufre, sosteniendo los latidos de un mundo libre, capaz de lo mejor y lo peor.

A pesar de tanto dolor, si me acostumbro a oír mis adentros llego a la conclusión de que Dios me ha regalado un mecanismo que me ha permitido llegar hasta aquí: la capacidad para reinventarme cuando todo se vuelve en contra.

Las órdenes contradictorias serán lo normal

Ahora no puedo juzgar mis alrededores como lo haría en una situación estructurada. Ahora no hay andamios, no hay estructuras. Estamos caminando sin red de seguridad. Eso implica que una decisión puede venir seguida de una contraorden, porque el pensamiento es lento y no lo abarca todo de un vistazo cuando se enfrenta a lo nunca antes visto.

Dentro de unos límites, si no acepto las contradicciones estoy condenando a los demás a quedar paralizados por el miedo a equivocarse, a persistir en decisiones que parecieron acertadas en su momento pero luego se mostraron insuficientes.

En este curso vamos a recibir muchas órdenes contradictorias; no digo aparentemente, sino verdaderamente contradictorias. Forma parte de la adaptación gradual que haremos por ensayo y error. Si soy proactivo, puedo evitar algunas de esas órdenes, aportando mi visión de las cosas. Pero ahora más que nunca se necesita mi comprensión y mi implicación.

El terreno sanitario es un particular ámbito sobre el que analizar las contradicciones. Tendré que aprender a distinguir entre la verdadera información, la opinión, los estragos del negacionismo y el bloqueo que produce la sobreinformación. Que reciba una noticia 10 veces no la convierte en más noticia o en más importante. Es sólo que la escucho repetida.

Me permito flaquear

Flaquear, desanimarse, estar triste, no tener ganas de nada, no ilusionarse, llorar sin motivo aparente… es bueno. Es muy bueno. Si son sentimientos acotados en el tiempo y controlados en su intensidad, son una señal de que mi persona está adaptándose. Cada dolor me informa de algo sobre mí mismo. La tarea es buscarle el nombre y dialogar con ese dolor. Preguntarle hasta qué punto es real y en qué medida es irracional. Quizá esto sea de lo poco bueno que puedo sacar de esta situación que me pone al límite: aprenderé más sobre mí si buceo en qué mensaje me quieren hacer llegar mis dolores, mis momentos de desánimo, mis faltas de esperanza. «No eres nuevo, dolor: ya te conozco», decía el poeta. 

Flaquearé también en mis compromisos personales y en los proyectos comunitarios. He de aceptar que los grandes proyectos quedan aparcados. Era un error cuando antes lo urgente ahogaba lo importante, cuando sólo nos dedicábamos a apagar fuegos. Pero ahora no queda otra que dedicarse a lo urgente, sin perder de vista lo importante, pero dándonos tiempo para afrontarlo.

Va a pasar en el colegio a nivel institucional. La innovación educativa quedará limitada de momento a lo que ya está en marcha, pero sin acometer grandes transformaciones, que siguen en el horizonte, sin embargo.

Lo mismo nos sucederá en la labor docente. Muchos expertos coinciden en que hasta que nos demos cuenta de que en esta situación el nivel de exigencia no puede ser el mismo que antes, estamos dando palos a la autoestima de los alumnos y al autoconcepto que tenemos de nosotros mismos. ¡No es posible actuar como si nada hubiera pasado! Y no pasa nada si adaptamos los objetivos y los contenidos a un escenario más realista. Nadie va a perder su futuro porque tengamos que bajar el listón en algún sentido. Ni se cae el sistema educativo ni se condena a una generación al fracaso. Es más: una situación como ésta tiene que ser aprovechada pea que mis alumnos aprendan aspectos de la vida que no están en los libros.

Nos cuidamos unos a otros

Estamos ya en medio de la tormenta perfecta. No porque haya llegado el inicio de curso y ya están aquí los alumnos, sino porque todos comenzaremos el trabajo con nuestras tormentas perfectas como sombrero. A saber: en lo personal, desaliento y algo de frustración; en lo profesional, incertidumbre; en lo sanitario, descoordinación; en la proyección hacia el futuro, cero… Cero futuro. Y miedo, mucho miedo. Demasiadas tormentas juntas.

Romper la dinámica del huracán es la clave. No alimentemos la tormenta con más calor y más humedad. Es el momento de demostrar quiénes somos. Quién es quién. Y por muy educados que seamos, va a quedar patente quién es quién.

En un cierto sentido, vamos a vivir un Gran Hermano, un mundo de Truman. Todas las reacciones se magnifican cuando tenemos conciencia de estar una situación excepcional. Todo se vive con más intensidad. El que es celoso lo será más. El que es perfeccionista tendrá problemas para bajar el nivel. El que tiene algo contra alguien o contra un grupo, será más intolerante. En la situación actual los grupitos de amigos… se pueden convertir en cloacas.

Hay una manera de reconciliarse con la era covid a nivel individual: pero exige una llamada a la conversión personal. Al cambio hondo. Es una llamada que quizá muchos desoigan; o que la oigan muchos, la sigan y la abandonen por la presión de esos grupitos… O por el gusto de permanecer en la zona de confort. Este momento es una llamada a cuidar a los compañeros. Sé perfectamente que todos tenemos una edad en la que, a pesar de los buenos propósitos, la personalidad y las elecciones personales están bastante consolidadas. Las situaciones excepcionales, sin embargo, a veces abren puertas a grandes cambios. O a pequeños cambios sostenidos durante grandes periodos de tiempo. Ésa es mi invitación. Cuidémonos unos a otros. Cambiemos la lógica. Demos una patada a aquello que llamábamos lógica.

Lo último es lo más importante

No me cansaré de deciros que hacéis el mundo mejor. Que nuestra ciudad es mejor gracias a vuestro trabajo, a que miráis a los alumnos como seres humanos, a que no os conformáis con enseñarles cosas… El virus quiere humillar a vuestros alumnos. No lo permitáis. Sed el escudo que les aleje del miedo y de la tristeza. Pelead por ellos. ¿Queréis encontrar algo de sentido en medio de esta puta locura? Haced de muro de contención ante todo el dolor y el desconcierto que se come por dentro la alegría de vuestros alumnos.

Que no os despisten sus risas ni sus comportamientos irresponsables. Es verdad que a menor edad, menos sufrimiento sobre el futuro. Pero estos chavales están rodeados de adultos y de desinformaciones que les han minado. Sed vosotros los guardianes de su futuro.

En el nombre de Dios, sed un escudo para ellos. Dios nunca olvidará lo que hacéis por vuestros alumnos. Y es Dios mismo quien os dará aliento para protegerlos y sanar sus heridas. Es nuestro Señor quien alejará de ti el dolor y el desconcierto si te comprometes con la sanación de tus alumnos. Y quien dará una perspectiva nueva a tu fragilidad.


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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. María Jesús dice:

    Racional, hermoso y alentador,

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    1. Muchas gracias por tu comentario y por leerme.

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